Una sociedad es lo que ocurre en los espacios públicos

Las naciones, los países, las ciudades, los barrios, las comunidades, los edificios, los pasillos y las salas de estar se definen por lo que las gentes que los ocupan hacen en ellos.

Una sociedad no es lo que sale por la tele, o lo que hacen sus deportistas o lo que dice el político de turno; una sociedad es lo que se hace en esos espacios públicos. Y espacios públicos son la plaza mayor del pueblo, las avenidas de 8 carriles, los pasillos de un hospital o un vagón de tren.

Hay dos tipos de personas que cohabitan los espacios públicos: los que consideran que el espacio público es de todos y que hay que tratarlo como si fuera de uno, y los que consideran que el espacio público no es de nadie y que hay que tratarlo como si fuera suyo.

Los primeros son prudentes, solicitan las cosas por favor, y las devuelven con un 'gracias', piden permiso por adelantado y disculpas después. Los primeros esperan su turno, prefieren el trato directo y facilitan la vida al trabajador del espacio. Buscan que la situación esté balanceada, para que todos los participantes se sientan en igualdad de condiciones, aunque el servicio sea unidireccional. Los segundos exigen que se les atienda inmediatamente, sin importar los tiempos y espacios del servicio, abusan de los timbres de llamada y se esfuerzan por demostrarse el epicentro de la situación. Los que piensan que el sistema está a su servicio no entienden de horarios, ocupación, tiempos de descanso y recursos limitados.

Si, por casualidades del servicio, se le atiende inmediatamente dará por legitimado su método: “si protesto, me quejo, pataleo y falto al respeto se me atiende diligentemente”. Si, por otro lado, no se responde a su exigencia con urgencia dará por justificados sus malos modos a la hora de exigir: “el sistema es una mierda”. En cualquier de los casos su método de comportamiento, abusivo e irrespetuoso, quedará legitimado en su cabeza para próximas situaciones.

Una sociedad, un país o una ciudad no son lo que dicen los turoperadores, son lo que la gente que los habita hace con los espacios públicos.

El problema es que la prudencia de los primeros queda arrasada, en el sitio público, por la desvergüenza de los segundos y el resultado son calles llenas de mierda, ciudades ruidosas, televisiones a todo volumen, cláxones sonando en cada semáforo y aceras sembradas de cagadas de perro. El resultado es que, no importa el presupuesto en limpieza, la mierda es inabarcable. El resultado es una ciudad llena de papeleras, que nadie usa, y cuya limpieza pagamos todos con nuestros impuestos.

La retorcida solución para intentar corregir la cafrería de algunos es aumentar la partida en limpieza. La vuelta de tuerca que sólo se le ocurriría a un perfecto idiota (de los segundos) es gastar aún más dinero público para indicarle a estos mismos dónde está y para qué sirve una papelera. Enfermizo lo mires por donde lo mires.

Son los niños los que no tienen conciencia sobre el espacio público: pintan las paredes de casa, tiran los juguetes al suelo, no entienden cuánto ha costado la comida que hay en su plato y la tratan como un objeto arrojadizo, y chillan y gritan sin entender que comparten el lugar con otras personas. Los niños ven la vida desde el yo: (yo) quiero comer, (yo) quiero jugar, (yo) quiero eso, etc.

Así es que, si hemos creado una sociedad en la que los adultos se comportan desde el yo, entonces lo que tenemos no son adultos sino niños.